Hechos una maraña...
Hechos una maraña,
quizá un bosque,
el vaivén del mar del deseo nos estrella
una y otra vez,
y otra vez,
y otra más,
y quizá otra.
Somos apenas espuma contra el filo de la
noche
que rasguña tu piel desnuda.
Somos dioses que buscan la mortalidad,
que se muerden,
se lamen,
se atan,
se liberan,
se liban,
se lavan,
se van,
se vienen.
Sobre tu espalda nace un desierto,
pero la creciente arrecia y nos lleva.
No queremos salvación,
y nos dejamos ir,
flotando,
chocando,
naufragando y renaciendo.
El agua nos recurre y
acaso entonces,
un arco iris nace de tu boca que,
temerosa y radiante,
deja brotar una sonrisa,
de pléyade lujuriosa,
de heroína condenada.
Y tú, ninfa, sangras gemidos
que lo mojan todo
que se hacen río y, rugiendo,
me empujan al abismo de tu boca
entreabierta
que se repite en un absorber de bestias,
de dioses ebrios,
de universos que mueren,
que estallan en un tierno rocío sobre la
cama
en una torpe recreación del génesis
donde un mundo se abre campo entre tus
piernas
y el llanto del nacido es un bufar de
amantes exhaustos.
Y al séptimo día, descansamos.
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